lunes, 3 de septiembre de 2012

LA REVOLUCION INDUSTRIAL Y EL EFECTO INVERNADERO

Los cambios climáticos de la tierra, como la edad de hielo, han sido procesos naturales y paulatinos.   Sin embargo, en el siglo XVIII la historia empezó a cambiar.   La población humana había aumentado considerablemente y nació la industria.   Producto del ingenio del hombre, surgieron las máquinas que facilitan el trabajo humano. 

Pero estas máquinas necesitaban energía para funcionar, y para obtener dicha energía comenzaron a usarse los combustibles fósiles; carbón, petróleo y gas natural.   El carbón movía las locomotoras, el gas y el petróleo iluminaban las ciudades.

El filósofo inglés John Stuart Mill se preguntaba a mediados del siglo XIX: "¿Con qué fin busca nuestra sociedad su progreso industrial?   Cuándo el progreso se detenga, ¿En qué estado podemos esperar que deje a la humanidad?"

James Allaire había aumentado el rendimiento de las máquinas a vapor, inventando en 1824 el motor compuesto, al que se le añadieron la caldera tubular y el motor de doble cilindro.   En 1890 Charles Parson desarrolla la turbina: es la segunda revolución industrial.   Muchos pensaron que estos avances de la ciencia y la técnica se traducirían solo en beneficios para el hombre.

El problema fue que los motores quemaron grandes cantidades de combustibles fósiles y produjeron enormes volúmenes de dióxido de carbono, gas que ocasiona el "efecto invernadero".   El monocultivo, la cría de animales y la tala indiscriminada de bosques agravaron el problema, añadiendo al CO2 metano y dióxido de nitrógeno.

En pequeñas concentraciones, los gases que producen el efecto invernadero   son vitales para la supervivencia del hombre.   Sin ellos, la tierra sería 30 grados más fría, como el planeta Marte.

Cuando la luz solar llega a la tierra, un poco de esta energía     se refleja en las nubes, el resto atraviesa la atmósfera y llega al suelo.   Gracias a esta energía la vegetación crece y se desarrolla.

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